​El agua potable es un espejismo en Fuente de Piedra.

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NACHO SÁNCHEZ

Málaga 6 OCT 2019


Procedente de Bilbao, Pedro Lorente adquirió hace siete años una casa en Fuente de Piedra, municipio malagueño de 2.500 habitantes. Un clima beneficioso para la salud de su mujer y la tranquilidad del lugar le convencieron. Se mudaron. “Fue un buen cambio de vida”, recuerda. Ahora se arrepiente: llevan dos años y medio sin poder beber agua del grifo y sus electrodomésticos se estropean con frecuencia debido a la gran cantidad de sal que contiene el líquido. “En mala hora compré la casa”, dice mientras llena seis garrafas de un camión cisterna. A su lado, la fuente que dio nombre a la localidad en el siglo III antes de Cristo permanece seca.

Fuente de Piedra se abastece de dos acuíferos ubicados bajo la sierra de Humilladero, a cinco kilómetros. Fueron declarados sobreexplotados por la Confederación Hidrográfica del Sur el 16 de junio de 2005. Pero no fue hasta 2016 cuando arrancaron los problemas de abastecimiento. Entonces se detectaron en el agua niveles excesivos de cloruros —la cantidad de sal— y la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía la declaró no potable. Las lluvias recargaron los acuíferos y el veto se levantó en invierno. En verano de 2017 la prohibición se repitió. “Y así seguimos desde entonces”, dice Siro Pachón, el alcalde, del PSOE.

Los vecinos pueden beber gracias al vehículo que recorre la localidad dos veces al día cada martes y viernes con un depósito de 10.000 litros. Su coste, 80.000 euros al año, está financiado por la Diputación y el Ayuntamiento.

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“Esto no había pasado aquí jamás”, cuenta Antonio, nacido hace 71 años en el pueblo y “cansado” de ir dos veces por semana a por agua. A su alrededor hay numerosas vecinas que utilizan carritos de la compra tuneados con tablas de madera para transportar las cántaras. Unas hablan de problemas en la piel por la sal; otras, de que lavarse el pelo es imposible. Todas dicen que termos y lavadoras se estropean con frecuencia. En el municipio están hartos. “El abuso se paga. El olivar ha acabado las reservas”, denuncia Pedro Cabello, de 65 años. Según el alcalde, los agricultores cuentan con pozos propios, que no afectan al consumo de la ciudadanía. El problema tampoco afecta significativamente a la célebre laguna de Fuente de Piedra, el mayor humedal salado de Andalucía y reserva protegida para las aves, según Manuel Rendón, biólogo conservador de este espacio.

El Ayuntamiento trabaja para disminuir el consumo del pueblo. Sustituyó cinco kilómetros de tuberías para evitar filtraciones, fugas o enganches ilegales. Han desarrollado campañas de sensibilización y durante el verano llenaron piscinas de forma gratuita para que no se usara el agua de los sondeos públicos. Incluso han lanzado ayudas para subvencionar arreglos de electrodomésticos afectados por la sal y la cal. Según el alcalde, ahora se valoran tres opciones. Una es un aporte desde Antequera. Otra, instalar una planta de tratamiento para los acuíferos; por último, combinar las aguas de Fuente de Piedra y Humilladero para ver si así se equilibran y la mezcla se puede consumir. “Son arreglos a corto plazo que necesitamos ya”, dice.

A largo plazo, la solución, sostiene, sería un trasvase desde el pantano de Iznájar, a unos 40 kilómetros de la comarca de Antequera. Beneficiaría a 13 municipios y 80.000 habitantes. La obra está recogida en el Horizonte 2027 del Plan Hidrológico Nacional, pero en las últimas semanas los alcaldes de las localidades se han reunido con la Junta de Andalucía y con el Gobierno central para pedir que se adelante la obra, cuyo coste se estima en 47 millones.

El trasvase es solo una posibilidad más y solo serviría para consumo humano. La Junta debe solicitarlo y la decisión debe pasar por el Consejo de Ministros. Hace unos días, la consejera de Agricultura, Carmen Crespo, del PP, reclamó su aprobación al secretario de Estado de Medio Ambiente, Hugo Morán.

“Mientras los políticos se reúnen, aquí estamos nosotros, pendientes desde 2017 del camión”, se queja Josefa Moncayo. Lo mismo opina Francisco Soto, que ha instalado dispensadores para el autoservicio de los clientes en su cafetería y usa botellas para hacer los cafés. 

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